jueves, 31 de mayo de 2007

El examen: ese gran dolor de cabeza...


Cuántas veces habremos maldecido a quien inventó el examen… ¡lo que nos ha hecho sudar y la de ojeras que nos han salido por su culpa!

El examen más sofis y largo de lenguas fue el EGA, un título de euskara denominado Euskararen Gaitasun Agiria. Consta de tres partes, pero debes pasar la primera (tipo multiple-choice de cuestiones léxicas) para hacer la segunda y debes pasar la segunda (de competencia escrita) apara hacer la tercera (oral). La cuestión es que este examen lo elaboran y corrigen puritas del euskera, por lo que palabras o estructuras en dialecto (más antiguo que el euskera batua mismo) te pueden llevar al penco. Pero mi anécdota personal fue que para hacer el examen oral me tocó un renombrado juez de bertsos al que yo admiraba desde pequeña, por lo que estuve como un tomate durante todo el examen.

Por otro lado, creo que los peores exámenes, o los peor planteados, que he sufrido han sido en la universidad. Estudio traducción e interpretación y sé lo que es hacer un examen injusto. No lo digo con rencor ni porque me haya ido mal en alguno de ellos, pero evaluar las facultades de traducción según y cómo traduzcas un texto literario de unas 300 palabras y que además lo evalúe un solo un profesor me parece que se contradice plenamente a la naturaleza de la traducción. No hace falta decir que, además de ser una situación completamente irreal, la evaluación también es extremadamente subjetiva: ¿cómo se puede poner una nota con decimales tratándose de un ejercicio de lo más subjetivo? Pero bueno… no lo que no quiero es quejarme por quejarme, sin dar una solución. Yo propondría hacer exámenes de llevar a casa: por ejemplo, un texto de unas tres o cuatro páginas que los alumnos puedan llevar a casa de modo que puedan utilizar todos los recursos que estén a su disposición para traducirlo (al menos esto se asemeja más a una situación real de un encargo de traducción).

Además así al menos no tendrías al típico profesor que se pasea por el aula y se te pone al lado (justo cuando tienes una duda, tú, ¿son adivinos para oler dudas y plantarse junto a ti?) y empieza a leer lo que escribes. Es lo que más me pone nerviosa de un examen: un profesor impertinente. ¿Qué hago en tales situaciones? Intentar relajarme y controlar que si las manos me empiezan a sudar no toque el papel y la tinta se corra.

Aun así, debo admitir que soy bastante buena haciendo exámenes. No sé… es un don con el que nací; hay gente que tiene don para cantar, otros para hacer sudokus… y a mí (hasta hoy en día al menos) se me ha dado bien hacer exámenes. Creo que es porque soy buena calando profesores, algo fundamental, pues un factor muy importante para tener éxito en un examen es poder intuir lo que al profesor le gusta que le pongan en un examen (aunque los profes digan que no, los estudiantes sabemos que acabo de decir una verdad universal).

Por extensión, lo que mejor se me da en un examen de lenguas es el último y típico ejercicio de escribir un artículo de opinión. Intento salirme de los tópicos (algo que a los profes les encanta: tras 20 exámenes aburridos corregir uno original les sube la moral) y poner un comienzo y un final contundentes, para empezar y acabar con buen sabor de boca. Todo lo demás depende de lo que hayas estudiado durante el curso.

Aun así, creo que además de estudiar, la mejor baza para hacer bien un examen es saber controlar los nervios. De todos modos, no quiero acabar sin decir que aunque los nervios pueden hacer que se te baje la nota, nunca justifican un suspenso.

Fashion victim


Tengo una amiga que estudia Historia del Arte. Un día me habló sobre una asignatura que daban: “estética”. Y no, no hacían “peelings” en clase ni analizaban sofisticadas cremas francesas… sino que discutían sobre en qué consistía la belleza y su impacto en nuestras vidas. Esa amiga me explicó que la belleza nos produce placer y que el placer, al mismo tiempo, nos produce sensación de felicidad por lo que rodearnos de belleza nos ayuda a llevar mucho mejor los quehaceres diarios. Por eso, me decía, se estudia mejor en un entorno que te resulte bello.

No estoy segura si la belleza es lo que te hace que te sientas cómodo en un entorno de estudio aunque la premisa mayor del diseño es que la belleza y la funcionalidad deben ir de la mano. Lo que sí he visto durante todos estos años es que estudio mucho mejor si el material que utilizo (el cuaderno, el boli…) me gusta. Me he gastado una pasta durante toda mi vida en cuadernos de tapas monas, pero sabía que utilizaría el material con más ganas. Lo mismo me pasa con el entorno de estudio. Necesito una mesa grande (los apoyabrazos de la universidad me imposibilitan el estudio) y que, a poder ser, no tenga las vetas de la madera, que me desconcentra mucho (lo digo totalmente en serio). Además, veo que es mejor silla mesa resulta fácil de mover, por si hay que hacer ejercicios en grupo. Otro requisito básico: la temperatura de la clase. Si hace mucho frío o mucho calor paso más tiempo pensando en si me estoy helando o estoy sudando que prestando atención en clase. Con los años veo que cada vez más prefiero ambientes más sobrios y minimalistas. ¿Querrá esto decir que si vuelve la moda barroca no podré estudiar sin lámparas Luis XVI? ¿Me habré convertido en una fashion-victim del postmodernismo? ¡¡Aaaaggghhh…!!

Pero una clase no la hace solamente el aula; de hecho, lo más importante son los que están dentro, y más cuando se trata de la enseñanza de lenguas. En una clase de idiomas, donde la comunicación con los compañeros es esencial, es muy importante la relación que tengas con ellos. De hecho, uno se da cuenta cómo la capacidad de aprendizaje aumenta a medida que vas conociendo mejor a los compañeros de clase: te sientes cada vez más a gusto en el entorno, los ejercicios en grupo son cada vez más eficaces… Mi última experiencia ha sido mientras he estado de Erasmus en Inglaterra, donde me apunté a clases de francés. Al principio no conocía a nadie y los ejercicios orales eran toda una tortura: no sabías si corregir al compañero, no me arriesgaba a usar construcciones de las que no estaba segura… pero, a medida que fui conociendo más a la gente estas dudas fueron disminuyendo y la interacción se fue haciendo cada vez más fluida.

Respecto al horario de clase… la verdad es que me da absolutamente igual (siempre y cuando no sea después de la comida, justo en medio de la morriña). Eso sí, mejor si las clases son todo de tarde o todo por la mañana. Esto me ayuda a crear una rutina de estudio que incrementa considerablemente mi capacidad de concentración. Además, y aunque una se pone a saltar cuando tiene un día libre a la semana, es verdad que funciono mejor si tengo clase todos los días. Si tengo un día libre automáticamente lo veo como una extensión del fin de semana, lo que se traduce en: trabajo ese día solamente si voy muuuuuuuyyyy estresada.

Entonces qué, ¿creéis que estoy a la moda en cuanto a hábitos de estudio?

miércoles, 30 de mayo de 2007

Teorías psicológicas


Miro atrás… y oye, me cuesta creer que algunas de las clases que he “sufrido” en mi vida estén ni fundamentadas en alguna teoría psicológica… No sé, desde que Freud tomó el relevo a la iglesia y la psicoanálisis se nos presentó como una ciencia empírica que podía llevarnos al paraíso de la autoaceptación y la superación de los miedos personales (y sin tener que morir para ello), todo lo que sea esté relacionado con la psico y por extensión, la psicología parece un ingrediente de la fórmula de la felicidad. Por ello me cuesta relacionar algo “psicológico” con las clases de inglés de primero de la ESO.

Hasta la adolescencia se puede decir que sufrí la esencia del conductismo en casi todas las clases. Si lo hacías bien te convertías en el ojito derecho de la profe y si no te tenías que quedar “castigado” por la tarde haciendo ejercicios adicionales. La memoria también era una de los pilares centrales de la enseñanza: hasta casi finales de bachiller literalmente “memorizaba” lo que tenía que aprender. Había gente que incluso memorizaba las comas y las tildes, convirtiéndose en una especie de lorito parlante sin que muchas veces sin pensaren el sentido de las palabras que decían. Conclusión: a los dos días de haber hecho el examen uno ya ni se acordaba lo que había estudiado.

Sin embargo, debo admitir que en este ambiente tan hostil que estoy dibujando (en cuanto a métodos de enseñanza se refiere) había algunos “ramalazos” humanistas. La gente que tenía dificultades para aprender (por motivos familiares, dificultades graves de concentración, retrasos metales, etc.) disponía de un profesor particular que adaptaba los métodos de enseñanza al estudiante. Era curioso, pues en una clase de 20 alumnos, podían encontrarse dos o incluso tres profesores, uno de ellos explicando la clase en alto y los otros sentados junto al alumno con problemas. Además, la evaluación de estos alumnos se hacía de forma distinta, pues tenían distintos objetivos de aprendizaje.
(He puesto la fotote mi Ikastola a modo de homenaje, por darme tanto de qué hablar).

Más tarde, al llegar a la universidad experimenté el constructivismo y el socioconstructivismo “a lo bestia”. Ha sido un bombardeo incesante de trabajos en grupo y temas que se impartían en pequeños bloques en los que el aprendizaje tenía que ser “constructivo”: los niveles altos dependen completamente de la asimilación de niveles más bajos. He de decir que los métodos utilizaos en la universidad me han ayudado a aprender más y más rápido (aunque a veces hubiera deseado tener más tiempo para asimilar mejor lo que dábamos en clase).