
El examen más sofis y largo de lenguas fue el EGA, un título de euskara denominado Euskararen Gaitasun Agiria. Consta de tres partes, pero debes pasar la primera (tipo multiple-choice de cuestiones léxicas) para hacer la segunda y debes pasar la segunda (de competencia escrita) apara hacer la tercera (oral). La cuestión es que este examen lo elaboran y corrigen puritas del euskera, por lo que palabras o estructuras en dialecto (más antiguo que el euskera batua mismo) te pueden llevar al penco. Pero mi anécdota personal fue que para hacer el examen oral me tocó un renombrado juez de bertsos al que yo admiraba desde pequeña, por lo que estuve como un tomate durante todo el examen.
Por otro lado, creo que los peores exámenes, o los peor planteados, que he sufrido han sido en la universidad. Estudio traducción e interpretación y sé lo que es hacer un examen injusto. No lo digo con rencor ni porque me haya ido mal en alguno de ellos, pero evaluar las facultades de traducción según y cómo traduzcas un texto literario de unas 300 palabras y que además lo evalúe un solo un profesor me parece que se contradice plenamente a la naturaleza de la traducción. No hace falta decir que, además de ser una situación completamente irreal, la evaluación también es extremadamente subjetiva: ¿cómo se puede poner una nota con decimales tratándose de un ejercicio de lo más subjetivo? Pero bueno… no lo que no quiero es quejarme por quejarme, sin dar una solución. Yo propondría hacer exámenes de llevar a casa: por ejemplo, un texto de unas tres o cuatro páginas que los alumnos puedan llevar a casa de modo que puedan utilizar todos los recursos que estén a su disposición para traducirlo (al menos esto se asemeja más a una situación real de un encargo de traducción).
Además así al menos no tendrías al típico profesor que se pasea por el aula y se te pone al lado (justo cuando tienes una duda, tú, ¿son adivinos para oler dudas y plantarse junto a ti?) y empieza a leer lo que escribes. Es lo que más me pone nerviosa de un examen: un profesor impertinente. ¿Qué hago en tales situaciones? Intentar relajarme y controlar que si las manos me empiezan a sudar no toque el papel y la tinta se corra.
Aun así, debo admitir que soy bastante buena haciendo exámenes. No sé… es un don con el que nací; hay gente que tiene don para cantar, otros para hacer sudokus… y a mí (hasta hoy en día al menos) se me ha dado bien hacer exámenes. Creo que es porque soy buena calando profesores, algo fundamental, pues un factor muy importante para tener éxito en un examen es poder intuir lo que al profesor le gusta que le pongan en un examen (aunque los profes digan que no, los estudiantes sabemos que acabo de decir una verdad universal).
Por extensión, lo que mejor se me da en un examen de lenguas es el último y típico ejercicio de escribir un artículo de opinión. Intento salirme de los tópicos (algo que a los profes les encanta: tras 20 exámenes aburridos corregir uno original les sube la moral) y poner un comienzo y un final contundentes, para empezar y acabar con buen sabor de boca. Todo lo demás depende de lo que hayas estudiado durante el curso.
Aun así, creo que además de estudiar, la mejor baza para hacer bien un examen es saber controlar los nervios. De todos modos, no quiero acabar sin decir que aunque los nervios pueden hacer que se te baje la nota, nunca justifican un suspenso.