jueves, 31 de mayo de 2007

El examen: ese gran dolor de cabeza...


Cuántas veces habremos maldecido a quien inventó el examen… ¡lo que nos ha hecho sudar y la de ojeras que nos han salido por su culpa!

El examen más sofis y largo de lenguas fue el EGA, un título de euskara denominado Euskararen Gaitasun Agiria. Consta de tres partes, pero debes pasar la primera (tipo multiple-choice de cuestiones léxicas) para hacer la segunda y debes pasar la segunda (de competencia escrita) apara hacer la tercera (oral). La cuestión es que este examen lo elaboran y corrigen puritas del euskera, por lo que palabras o estructuras en dialecto (más antiguo que el euskera batua mismo) te pueden llevar al penco. Pero mi anécdota personal fue que para hacer el examen oral me tocó un renombrado juez de bertsos al que yo admiraba desde pequeña, por lo que estuve como un tomate durante todo el examen.

Por otro lado, creo que los peores exámenes, o los peor planteados, que he sufrido han sido en la universidad. Estudio traducción e interpretación y sé lo que es hacer un examen injusto. No lo digo con rencor ni porque me haya ido mal en alguno de ellos, pero evaluar las facultades de traducción según y cómo traduzcas un texto literario de unas 300 palabras y que además lo evalúe un solo un profesor me parece que se contradice plenamente a la naturaleza de la traducción. No hace falta decir que, además de ser una situación completamente irreal, la evaluación también es extremadamente subjetiva: ¿cómo se puede poner una nota con decimales tratándose de un ejercicio de lo más subjetivo? Pero bueno… no lo que no quiero es quejarme por quejarme, sin dar una solución. Yo propondría hacer exámenes de llevar a casa: por ejemplo, un texto de unas tres o cuatro páginas que los alumnos puedan llevar a casa de modo que puedan utilizar todos los recursos que estén a su disposición para traducirlo (al menos esto se asemeja más a una situación real de un encargo de traducción).

Además así al menos no tendrías al típico profesor que se pasea por el aula y se te pone al lado (justo cuando tienes una duda, tú, ¿son adivinos para oler dudas y plantarse junto a ti?) y empieza a leer lo que escribes. Es lo que más me pone nerviosa de un examen: un profesor impertinente. ¿Qué hago en tales situaciones? Intentar relajarme y controlar que si las manos me empiezan a sudar no toque el papel y la tinta se corra.

Aun así, debo admitir que soy bastante buena haciendo exámenes. No sé… es un don con el que nací; hay gente que tiene don para cantar, otros para hacer sudokus… y a mí (hasta hoy en día al menos) se me ha dado bien hacer exámenes. Creo que es porque soy buena calando profesores, algo fundamental, pues un factor muy importante para tener éxito en un examen es poder intuir lo que al profesor le gusta que le pongan en un examen (aunque los profes digan que no, los estudiantes sabemos que acabo de decir una verdad universal).

Por extensión, lo que mejor se me da en un examen de lenguas es el último y típico ejercicio de escribir un artículo de opinión. Intento salirme de los tópicos (algo que a los profes les encanta: tras 20 exámenes aburridos corregir uno original les sube la moral) y poner un comienzo y un final contundentes, para empezar y acabar con buen sabor de boca. Todo lo demás depende de lo que hayas estudiado durante el curso.

Aun así, creo que además de estudiar, la mejor baza para hacer bien un examen es saber controlar los nervios. De todos modos, no quiero acabar sin decir que aunque los nervios pueden hacer que se te baje la nota, nunca justifican un suspenso.

Fashion victim


Tengo una amiga que estudia Historia del Arte. Un día me habló sobre una asignatura que daban: “estética”. Y no, no hacían “peelings” en clase ni analizaban sofisticadas cremas francesas… sino que discutían sobre en qué consistía la belleza y su impacto en nuestras vidas. Esa amiga me explicó que la belleza nos produce placer y que el placer, al mismo tiempo, nos produce sensación de felicidad por lo que rodearnos de belleza nos ayuda a llevar mucho mejor los quehaceres diarios. Por eso, me decía, se estudia mejor en un entorno que te resulte bello.

No estoy segura si la belleza es lo que te hace que te sientas cómodo en un entorno de estudio aunque la premisa mayor del diseño es que la belleza y la funcionalidad deben ir de la mano. Lo que sí he visto durante todos estos años es que estudio mucho mejor si el material que utilizo (el cuaderno, el boli…) me gusta. Me he gastado una pasta durante toda mi vida en cuadernos de tapas monas, pero sabía que utilizaría el material con más ganas. Lo mismo me pasa con el entorno de estudio. Necesito una mesa grande (los apoyabrazos de la universidad me imposibilitan el estudio) y que, a poder ser, no tenga las vetas de la madera, que me desconcentra mucho (lo digo totalmente en serio). Además, veo que es mejor silla mesa resulta fácil de mover, por si hay que hacer ejercicios en grupo. Otro requisito básico: la temperatura de la clase. Si hace mucho frío o mucho calor paso más tiempo pensando en si me estoy helando o estoy sudando que prestando atención en clase. Con los años veo que cada vez más prefiero ambientes más sobrios y minimalistas. ¿Querrá esto decir que si vuelve la moda barroca no podré estudiar sin lámparas Luis XVI? ¿Me habré convertido en una fashion-victim del postmodernismo? ¡¡Aaaaggghhh…!!

Pero una clase no la hace solamente el aula; de hecho, lo más importante son los que están dentro, y más cuando se trata de la enseñanza de lenguas. En una clase de idiomas, donde la comunicación con los compañeros es esencial, es muy importante la relación que tengas con ellos. De hecho, uno se da cuenta cómo la capacidad de aprendizaje aumenta a medida que vas conociendo mejor a los compañeros de clase: te sientes cada vez más a gusto en el entorno, los ejercicios en grupo son cada vez más eficaces… Mi última experiencia ha sido mientras he estado de Erasmus en Inglaterra, donde me apunté a clases de francés. Al principio no conocía a nadie y los ejercicios orales eran toda una tortura: no sabías si corregir al compañero, no me arriesgaba a usar construcciones de las que no estaba segura… pero, a medida que fui conociendo más a la gente estas dudas fueron disminuyendo y la interacción se fue haciendo cada vez más fluida.

Respecto al horario de clase… la verdad es que me da absolutamente igual (siempre y cuando no sea después de la comida, justo en medio de la morriña). Eso sí, mejor si las clases son todo de tarde o todo por la mañana. Esto me ayuda a crear una rutina de estudio que incrementa considerablemente mi capacidad de concentración. Además, y aunque una se pone a saltar cuando tiene un día libre a la semana, es verdad que funciono mejor si tengo clase todos los días. Si tengo un día libre automáticamente lo veo como una extensión del fin de semana, lo que se traduce en: trabajo ese día solamente si voy muuuuuuuyyyy estresada.

Entonces qué, ¿creéis que estoy a la moda en cuanto a hábitos de estudio?

miércoles, 30 de mayo de 2007

Teorías psicológicas


Miro atrás… y oye, me cuesta creer que algunas de las clases que he “sufrido” en mi vida estén ni fundamentadas en alguna teoría psicológica… No sé, desde que Freud tomó el relevo a la iglesia y la psicoanálisis se nos presentó como una ciencia empírica que podía llevarnos al paraíso de la autoaceptación y la superación de los miedos personales (y sin tener que morir para ello), todo lo que sea esté relacionado con la psico y por extensión, la psicología parece un ingrediente de la fórmula de la felicidad. Por ello me cuesta relacionar algo “psicológico” con las clases de inglés de primero de la ESO.

Hasta la adolescencia se puede decir que sufrí la esencia del conductismo en casi todas las clases. Si lo hacías bien te convertías en el ojito derecho de la profe y si no te tenías que quedar “castigado” por la tarde haciendo ejercicios adicionales. La memoria también era una de los pilares centrales de la enseñanza: hasta casi finales de bachiller literalmente “memorizaba” lo que tenía que aprender. Había gente que incluso memorizaba las comas y las tildes, convirtiéndose en una especie de lorito parlante sin que muchas veces sin pensaren el sentido de las palabras que decían. Conclusión: a los dos días de haber hecho el examen uno ya ni se acordaba lo que había estudiado.

Sin embargo, debo admitir que en este ambiente tan hostil que estoy dibujando (en cuanto a métodos de enseñanza se refiere) había algunos “ramalazos” humanistas. La gente que tenía dificultades para aprender (por motivos familiares, dificultades graves de concentración, retrasos metales, etc.) disponía de un profesor particular que adaptaba los métodos de enseñanza al estudiante. Era curioso, pues en una clase de 20 alumnos, podían encontrarse dos o incluso tres profesores, uno de ellos explicando la clase en alto y los otros sentados junto al alumno con problemas. Además, la evaluación de estos alumnos se hacía de forma distinta, pues tenían distintos objetivos de aprendizaje.
(He puesto la fotote mi Ikastola a modo de homenaje, por darme tanto de qué hablar).

Más tarde, al llegar a la universidad experimenté el constructivismo y el socioconstructivismo “a lo bestia”. Ha sido un bombardeo incesante de trabajos en grupo y temas que se impartían en pequeños bloques en los que el aprendizaje tenía que ser “constructivo”: los niveles altos dependen completamente de la asimilación de niveles más bajos. He de decir que los métodos utilizaos en la universidad me han ayudado a aprender más y más rápido (aunque a veces hubiera deseado tener más tiempo para asimilar mejor lo que dábamos en clase).

martes, 24 de abril de 2007

Aristóteles vs. la cebolla


Siempre fui una de esas niñas impertinentes que preguntaba “¿Y eso porquééééé?” a TODO. En euskera es: “Zebaaaaa?”, a lo que mi padre ya harto y sin saber qué responder, decía “¡en catalán cebolla!”. Sí, esa fue mi primera palabra en catalán, qué curioso…

Bueno, eso, que siempre quería saber el porqué de las cosas:
-¿Porqué tengo que estudiar mates? Zebaaaaaaa????
-Porque es útil para ir al supermercado.
-Ah, bueno, entonces lo aprenderé.

-¿Porqué tengo que saber inglés? Zebaaa???
-Porque así podrás viajar.
-Ah, bueno, entonces lo aprenderé.

-¿Porqué tengo que aprender gramática del euskera si ya sé hablar euskera? Zebaaa????
-Porque eso te ayudará a aprender otras lenguas.
-Ah, bueno, entonces lo aprenderé.

¿Perdón? Stop. Rewind. En estos tiempos tan modernos que vivimos parece ser que la gramática ya no es una pieza fundamental a la hora de aprender idiomas… Ahora lo que está de moda es la “exposición a la lengua”. Se supone que si un niño se expone a una lengua durante un tiempo suficiente acaba por entenderla. Y yo no digo lo contrario… Pero los planes que se están sugiriendo hoy en día también me parecen extremos.

En mi Ikastola (hay que ver lo que da de hablar mi Ikastola) se está pensando dar biología en inglés. Dicen que si los alumnos se exponen al inglés durante más tiempo lo entenderán mejor. No lo pongo en duda, pero me parece que terminarán con una capacidad de comprensión baja del inglés y conocimientos nulos de biología además de que echarán por la borda el concepto de Ikastola... Y todo porque eso de aprender la gramática está muy pasado de moda. Hoy en día se buscan métodos nuevos: “ala, a leer biología en inglés, que al hijo de la vecina le hizo bien ver los Power-Rangers en inglés cuando era peque ¡exponte a la lengua!”. ¿De verdad se creen que las tres horas de biología ayudarán a los alumnos con el inglés? Desde luego, no me parece suficiente como para aspirar a los resultados a los que aspiran.

Yo en serio creo que con la educación no hay que jugar. Yo soy de la vieja escuela y pienso que tener nociones de gramática es comparable a saber sumar: la gramática es la herramienta que utilizarás a la hora de empezar a aprender una segunda lengua, de la misma forma en que para llegar a hacer derivadas antes tienes que saber hacer muchas operaciones más simples. Estoy segura de que puedes aprender una lengua exponiéndote el tiempo suficiente, pero sinceramente creo que llevará menos tiempo si tienes unas nociones básicas de gramática. Además, te será más fácil aprender una tercera lengua, pues podrás aprovechar los mismos conocimientos una y otra vez; al contrario, con el método de la exposición a la lengua cada vez que empecemos a aprender una lengua nueva tendremos que pasar muchas horas de “exposición” antes de que podamos poner juntas dos palabras.

Yo soy más tradicional (hay qué mal suenaaa…). Digamos “más aristotélica”, que suema más culto. No defiendo lo de “lo que con sangre entra se queda” de los tiempos del franquismo, pero la visión moderna de “hagamos que los niños aprendan gramática inconscientemente, que no les gusta” tampoco. Qué quereis que os diga, frente a la ignorancia e inconsciencia que simboliza la cebolla para mí, yo prefiero seguir los pasos que dictó Aristóteles, que aprenderse un par de cosas básicas de memoria no hace daño a nadie.
De todos modos, me temo que cuando dentro de unos años los alumnos en Euskadi pregunten porqué hay que estudiar gramática, la única respuesta posible será: “¡En catalán cebolla!”

Aprendiendo lenguas...

Si algo tengo en esta vida es curiosidad por leer todo aquello que esté escrito y una memoria de elefante para recordarlo. Si leí algo hace 10 años en un margen de un libro que cogí prestado de la biblioteca de mi pueblo, tranquilos que recordaré lo que decía. Al hablar inglés, por ejemplo, voy recordando cómo, dónde y cuándo aprendí la palabra que estoy utilizando (y no estoy exagerando). Por ello, soy capaz de describir con pelos y señales la metodología que emplearon para que aprendiera las diferentes lenguas que hablo:

Aprendí Inglés con un método más Aristotélico y tradicional imposible. Aprendí el verbo “to be” antes de saber conjugarlo en euskera, es decir: antes de empezar a leer o hablar nos machacaban la gramática inglesa y nos hacían aprender listas de palabras (la primera lista que aprendí fue: pencil, pen, rubber, book…).

Para el castellano/español (como queráis llamarlo) y el euskera utilizaron otra estrategia: primero se cercioraron de desarrollar nuestra habilidad de comprensión y luego nos hicieron ser conscientes de la gramática de estas lenguas. Lo extraño es que para cuando empezamos con la segunda parte, ya sabíamos lo que era un sujeto y un objeto directo por las clases de inglés… ahora que lo pienso… ¡qué mala coordinación! Pero he de decir que las clases sobre la gramática vasca estaban tomadas desde un punto de vista generativista extremo. El generativismo es una teoría que encaja muy bien para entender el funcionamiento del euskera dado el modo de construcción de las frases.

El francés lo aprendí con un método estructuralista. Por ejemplo, teníamos un diálogo escrito de una familia discutiendo dónde irían de vacaciones y nosotros lo repetíamos a modo de loritos… Esto hizo que me quitara la vergüenza de hablar y hacer esas erres tan extrañas enfrente de clase, pero construir frases por mí misma me costaba una barbaridad…

Por otro lado, estaban las clases de latín. Como es una lengua muerta, nos dedicamos a analizar la gramática y a hacer ejercicios de traducción… solamente. Curiosidad: no existe ningún libro de latín en euskera, así que nuestra profesora (que era de esas de “antes muerta que dar la clase en castellano”) traducía las explicaciones al euskera y nos las daba en nuestra lengua materna.

Respecto al catalán… esto sí fue extraño: no dimos casi nada de gramática porque es muy parecida a la del castellano/español. Trabajamos el vocabulario, pero lo más destacable fue la cantidad de horas que dedicamos a desarrollar la competencia comunicativa: hacíamos juegos de rol, algunos trabajos escritos sobre “una historia que pueda pasar en Barcelona”, etc. Este tipo de ejercicios hicieron que empezáramos a ver el catalán desde una perspectiva dinámica y divertida, no como “la lengua que te tienes que aprender por cojones si vas a Barcelona”.

Y el alemán… los dos primeros años utilizamos una metodología bastante tradicional, machacando mucho la gramática y el vocabulario. Más adelante, cuando ya éramos capaces de escribir un par de palabras juntas, empezamos con el sistema de los portafolios y hacíamos ejercicios diseñados según nuestras necesidades. Gracias a este sistema empecé a saborear el alemán y a tener la ilusión de que quizás sí fuera posible aprenderlo. Fueron unas clases en las que nuestra profesora demostró su saber hacer.


¿Cuál es el método perfecto?

Es difícil decidir… sé que no me gusta el método estructuralista, yo necesito tener algunas ideas gramaticales básicas claras en mi mente antes de arrancarme a hablar. Sí, supongo que soy más tradicionalista en lo que a la enseñanza de lenguas se refiere. En mi caso, me son esenciales los patrones básicos para la construcción de las frases… sin ellos no soy capaz de enlazar dos sintagmas en una frase. Una vez haya interiorizado algunas las reglas gramaticales más básicas es imprescindible que lo pase bien en clase, que el profesor me divierta y me anime… si me aburro o me entra el pánico me bloqueo y no soy capaz de interiorizarlo que me explican. Pero esa es una particularidad mía… desde el momento en que cada persona tiene diferentes facilidades y handicaps a la hora de aprender una lengua, creo que el “método perfecto” es simplemente una utopía.

Los profesores tendrían que pararse a pensar en las necesidades de sus alumnos y diseñar las clases según estas reflexiones.

viernes, 20 de abril de 2007

Con mucho gusto


Hay gente que me hace callar cuando empiezo a hablar del País Vasco, el euskera, mis montañas y el queso de Idiazábal… ¡pero esta vez va a ser porque me lo han pedido! Así que hablaré sobre el euskera y su fragmentación dialectal como rezaba la campaña de turismo de Euskadi del año pasado… con mucho gusto.

Había una vez un pueblo que venía del sol, del "eguzki". No es que salieran del sol en alguna tormenta solar, a ver… es que venían de oriente, como los magos. Se hacían llamar "eguzkitik datorren herria", pueblo que viene de sol, y hablaban, cómo no, la lengua del sol. Con el tiempo se dejaron de formalidades y empezaron a llamarse "euskal herria", que era mucho más corto y mantenía la etimología de la forma original. Aunque provenían de oriente, lo que hoy los expertos localizan como el área de los Balcanes, y haya topónimos vascos por toda Europa, este pueblo acabó asentándose en bonito paisaje arrugado por montañas que hoy en día se conoce por el nombre que originalmente designaba a sus gentes: Euskal Herria (Herria = pueblo / país / nación)

Durante miles de años esas verdes montañas les resguardaron de las invasiones que diferentes imperios y civilizaciones llevaron a cabo en Europa, convirtiendo su lengua en la lengua viva más antigua de Europa en la actualidad. Pero fueron también esas mismas montañas la cusa de la mala comunicación entre los mismos euskaldunes, lo que concluyó en (1) la fragmentación de la lengua en dialectos y (2) que los múltiples casos de incesto por la isolación causaran tener la mayor tasa de retrasos mentales y malformaciones en bebés en Europa en la Edad Media. Pero dejemos las malformaciones de lado…

El euskera acabó fragmentado en 6 dialectos diferentes: mendebalera o vizcaíno, erdialdekoa o guipuzcoano, nafarrera, nafarlapurtera, ekialdeko nafarrera y zuberera (ver imagen del mapa de los dialectos). Geográficamente los estos dialectos se encuentran situados a lo largo de la costa cantábrica, y la lengua va cambiando como si fuera una gama de colores. Por ello, por ejemplo, dos personas que hablen dos dialectos que están geográficamente lejos entre sí tendrán serios problemas para entenderse. La solución fue crear el euskera batua, la forma estándar del euskera. Lo que hicieron fue coger el guipuzcoano como base y reforzarlo con algunos rasgos del léxico de los dialectos del este y Francia. Conclusión: el dialecto vizcaíno, que tiene un sistema verbal diferente, quedó excluido. Servidora es hablante de una mezcla entre el vizcaíno y el guizpuzcoano, algo que le permite entender casi a cualquier hablante del euskera si se esfuerza y tiene un día lúcido (exceptuando algunos hablantes de la parte francesa que hablan como los eruditos del siglo XVIII, con esos ya desisto). Para ilustrar las diferencias que puedahaber, mostraré cómo se dice “yo había” (un verbo normal y utilizado cada día) en diferentes variantes: nik nuen / nik nuan / nik nun / nik non / nik neban / nik naben / nik nen / nik nuyen / nik nin.

Pero además de los grandes dialectos, están las variaciones de cada pueblo. Y ahí está el tema… Hay regiones cuya variante dista un poco en el léxico en referencia a sus variaciones colindantes, pero también podemos encontrar pueblos de 8.000 habitantes con tonalidad gramatical (sí, que no nos tenemos que ir a China para buscar una lengua tonal, en Lekeitio mismo tenemos una). Normalmente suele ser la geografía la razón por la que se hayan creado variantes diferentes… aunque no siempre. Un caso claro y tratado en libros de sociolingüística es el de (cómo no) mi pueblo y el pueblo de al lado: Azkoitia y Azpeitia. Están en un valle que les separa del resto de los mortales. La cosa es que durante siglos nos hemos llevado tan bien como el Real Madrid y el Barça. Por eso, reconocidos sociolingüistas como Koldo Zuazo encuentran una única solución a la extravagantes diferencias del euskera que se habla en estos dos pueblos: tan mal nos llevábamos que queríamos que nuestro habla fuera lo más diferente posible del de al lado (Zuazo, 2005).
Por todo esto, por lo que he sudado durante mi vida intentando enterder a otros euskaldunes, me llamó mucho la atención al llegar a Barcelona que hubiera gente que dijera: "no, no, jo no parlo català, jo parlo Eivissenc!”. Toma esa.

Ay… que bien me quedé… este sí que ha sido un verdadero placer (¡y sin chocolate ni cigarrillos finales por medio!).

martes, 17 de abril de 2007

De estreno


Hoy estoy de estreno. No se trata de ninguna chaqueta nueva ni de ningún colorido iPod… hoy estreno mi primer blog. Tengo que decir que este especio cibernético forma parte de los deberes de la universidad; sin embargo, debo admitir que me ha creado esa ilusión de la época en la que una compraba CDs con los ahorros de la paga semanal. Así que haré lo posible para que los textos que escriba sean reflexiones personales y que mis comentarios sobre diferentes temas tratados en clase estén enfocados desde un punto de vista propio, de modo que el blog resulte lo más ameno posible y sea efectivo en cuanto a propósitos académicos se refiere.

Como ya he adelantado, este blog está ligado a la asignatura de “Ensenyament de llengues”, una de las asignaturas obligatorias de la carrera de lingüística. Debo admitir que aunque empecé a estudiar Lingüística porque me lo vendieron a modo de oferta del Carrefour (“¡Oferta! Traducción y Lingüística: 2x1”), y es que una tiene debilidad por las ofertas… Al final, la verdad es que he acabado saboreando más las asignaturas de lingüística que las de traducción. Creo que es por el hecho de que en lingüística una tiene la sensación de “aprender”, no como en traducción, donde siempre se intenta “mejorar” a sabiendas de que lo que haces es imperfecto por naturaleza.

Pero ya que es el primer día, creo que lo mejor sería es presentar mi pasado lingüístico… Venga, pongámosle título:

Mi pasado lingüístico

Debo empezar diciendo que nací en Azkoitia, un pueblo de 10.000 habitantes situado entre las montañas de la “Euskadi profunda”. El euskera es mi primera lengua, mi lengua materna, mi herramienta para pensar y lo que es más importante: el símbolo que me identifica como euskaldun (“euskaldun” significa “el que tiene el euskera”. Fui escolarizada en una Ikastola hasta los 18 años; aprendí el castellano indirectamente, como lengua ambiental que escuchaba en la televisión o cuando salía de mi pueblo.

Empecé a estudiar inglés con 9 años, como lo dictaba el EGB de la época. Con 12 años, consciente de que me gustaban las lenguas (en parte gracias a los profesores), opté por la optativa de francés mientras la mayoría de mis compañeros optaron por Gaztelerazko mintzaira (“habla castellana”). A mi generación, hijos de gente que lucharon contra la dictadura, siempre se nos recalcó que debíamos defender nuestra lengua hablándola… hasta tal punto que crearon una generación “monolingüe” en euskera, con problemas de comprensión en castellano y graves problemas para hablarlo. Así que los profesores de mi centro se vieron obligados a diseñar una clase de castellano para resolver ese problema local.

Con 13 empecé a una academia de inglés viendo que con lo que nos enseñaban en la Ikastola no podía llegar a entender las canciones de Bon Jovi. Allí me engancharon definitivamente a la lengua, en parte porque no me hacían sentir como una tonta con libros de texto que parecían de parvulario.

Alos 18 años terminé optando por estudiar traducción. Decidí especializarme en inglés y alemán, pero al llegar al examen de entrada para la carrera una profesora me dijo: “Que ets basca? Llavors saps que hauràs d’aprendre català, oi?”. Así que también me cogí el catalán de rebote, como en el Eroski: “¡Oferta 3x2!”.

Ahora que miro atrás… veo que los profesores han sido una parte muy importante a la hora de definir mi punto de vista sobre las diferentes lenguas. Cierta profesora de alemán, con su dinamismo innato, hizo que de odiar el alemán pasara a gustarme a golpe de ánimos y métodos de aprendizaje alternativos. Por otra parte, los peores profesores que he tenido, siempre han sido personas no especialmente dinámicas, que no “vendían” la lengua que enseñaban.

Me hubiera gustado hacer algo espectacular y glamoroso para estrenar este blog, como estampar alguna botella de cava contra el ordenador… pero en el supermercado pakistaní que tengo debajo el cava no está de oferta.